Así pasaban días, semanas, meses, años. No importaba cuanto tiempo pasara, ella seguía igual. Un poco más alta o más delgada quizás, mas no había ningún otro cambio que registrar. El mismo forcejeo consigo misma por levantarse en la mañana, el mismo olor a café inundando la cocina, el mismo desorden sobre el escritorio. Era como un retrato, una imagen inalterable.
Irina iba y venía de un lugar a otro. Estaba en movimiento constantemente, pero no iba a ninguna parte. Llevaba una vida monótona, sin sentido alguno. No había razón para salir de la cama, no había pasión por hacer su trabajo, no había amor, no había sueños. Era una vida vacía. ¿Podía siquiera llamarse vida? Día tras día veía las mismas caras, tenía las mismas conversaciones, repetía los mismos chistes. Almorzaba en el segundo piso, tercera fila, la mesa más cercana a la pared. Pastas o pollo con ensalada de hojas verdes, ese era su menú. Llegaba a su casa cerca de las ocho de la noche, salía a correr dos vueltas a la manzana. Entraba y se paraba frente al espejo que ocupaba gran parte del hall de entrada, se miraba por un instante y se repetía para si misma “Debería hacer más ejercicio”. Subía, tomaba una ducha, preparaba la comida y justo antes de acostarse leía un fragmento de su libro favorito.
Y así era, cada mañana la misma secuencia. Misma hora, mismo despertador. El día comenzaba nuevamente. Irina podría describirse como ese tipo de personas que viven sólo porque es lo que tienen adelante. Llevar una vida a cabo, en su criterio, no es más que hacer cosas mínimas, básicas. Cosas tan simples como hacer las tareas de la casa, salir de compras, trabajar o escuchar música de vez en cuando en algún rato libre. Si bien no esta mal realizar este tipo de actividades ¿Se puede decir que es gracias a ellas que tenemos una vida plena, feliz? Una vida sin ambiciones, metas, sin alguien que nos impulse a perseguir aquello que deseamos por más loco que sea, ¿es una vida?Una noche, tan común como cualquier otra, Irina se levantó. Había tenido un sueño raro, uno que era imposible de olvidar pero a la vez difícil de recordar. Todo el día siguiente intentó recordarlo, de a ratos le venían partes sueltas a la mente, pero nunca nada concreto. En un abrir y cerrar de ojos se encontró de vuelta dentro de su cama, a punto de ir a dormir. Dedicó tanta atención a ese sueño que no había notado el correr de las horas. Fue como si hubiese salido de su cuerpo para que otra persona entre y tome su lugar durante el transcurso del día. De repente, todo se aclaró. El sueño estaba protagonizado por una chica alta, de contextura delgada y con una cabellera larga y de color oscuro. Era ella, vista desde afuera. Todo lo que hacía era caminar por una calle llena de personas, de la misma manera que lo hacía todos los días de camino al trabajo. Pero había algo en ella, algo en su caminar que la hacía diferente. No era la misma Irina. Esta,
Por otra parte, la rutina seguía siendo siempre la misma, sólo que cada vez se volvía más y más torpe. Ella estaba más distraída de lo normal y su desgano usual no ayudaba mucho. Los días corrían, estaba por cumplirse un mes desde la noche del sueño cuando de camino a la parada del colectivo Irina tiró las llaves por accidente. Como siempre, iba tarde. Revisaba su cartera en busca de monedas y estaba tan desorganizada que con sólo mover la billetera dejó caer las llaves al suelo. Miró hacia abajo, unas manos las levantaban por ella. Antes de volver a levantar la mirada escuchó una dulce voz que decía “Estas deben ser tuyas, ¿no?”. Alzó la vista, lo miró. No necesitó más que eso. Fue como si toda su vida desapareciera por completo. Supo en ese instante que la monotonía de sus días había quedado atrás. Encontró la razón para levantarse cada mañana, encontró la forma de sentirse viva. El amor. Ahí estaba la respuesta que buscaba. Ahí estaba todo frente a sus ojos. Se sintió feliz, completa. No podía pedir nada más. Al fin, después de toda una vida dormida, Irina se había despertado.
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